Guest piece by Jerónimo Ríos Sierra
Los designios de las próximas elecciones en Venezuela que tendrán lugar el próximo 14 de abril, muy posiblemente, están predeterminados. Un auspicio donde, ni siquiera la confirmación de Henrique Capriles, nuevamente como candidato, es una variable a tener en cuenta.
En primer lugar, hay que considerar los datos que arrojan los trece años de Chávez en el gobierno. Tras su mandato, el umbral de pobreza pasó de afectar al 50% de la población venezolana al 27%, o lo que es igual, hubo una repercusión más que positiva sobre ocho millones de personas. Asimismo, la desigualdad se redujo en un 18%, haciendo de Venezuela uno de los países con menor inequidad social del continente. Igualmente, se consolidó un modelo de Estado donde los más desfavorecidos y las poblaciones más vulnerables del país fueron tenidos en cuenta gracias a la escolarización de más de dos millones de personas o al hecho, como reconocía la FAO en 2012, de que Venezuela haya sido “el país que más ha avanzado en el mundo en la erradicación del hambre”, al reducir en un 80% las muertes por desnutrición y garantizar, casi al 100% de la población el acceso a tres comidas diarias.
Un gobierno de tal dimensión popular tiene un calado de gran trascendencia dentro de buena parte de la ciudadanía, garantizando elevadas dosis de movilización electoral y relegando a un segundo plano muchas de las problemáticas que el gobierno de Chávez no ha resuelto, como la corrupción, la debilidad institucional del Estado de Derecho, la inseguridad o la más que deficitaria administración de justicia.
En segundo lugar, en buena parte de la memoria colectiva venezolana se interpreta la figura de Henrique Capriles como el gran derrotado en las elecciones presidenciales de octubre y posteriormente en los comicios regionales de diciembre – donde la oposición logró tres departamentos de los veintitrés que conforman el país. Si bien es cierto que Capriles supuso una oposición renovada y en ciertos aspectos atractiva, fue de más a menos y finalmente las expectativas que creó se vieron superadas por unos resultados electorales que confirieron a Chávez una victoria de más de diez puntos y el apoyo popular más elevado de su gobierno.
En una especie de adición entre el legado popular chavista y la proximidad de los últimos comicios hay que atender un tercer factor, quizá el más importante. Chávez aparecerá en la campaña como el mártir de la causa bolivariana. Aquél que se acordó de los excluidos en Venezuela; aquél que apostó por la solidaridad de los pueblos de América Latina; aquél que creyó firmemente en que una Venezuela “para los de abajo” era posible.
Sin duda, estas impresiones dominan en buena parte del imaginario venezolano invisibilizando las muchas sombras del chavismo sobre las que debe construirse la oposición, pero a las que también, en un ejercicio de responsabilidad política, deberá atender Maduro.
Éste debe evitar incurrir en errores para vencer con seguridad en los próximos comicios. Sin embargo, lo más importantes es que, continuando con la transformación social propia del modelo bolivariano, atienda las muchas cuestiones irresolutas que deja más de una década de gobierno del comandante. Lo más importante, en este punto de inflexión, es que sepa entender que su figura no es Chávez y que requiere de indefectibles dosis de redefinición en su liderazgo y en su gestión política si quiere hacer viable y sostenible un modelo de Estado erigido sobre fuertes problemáticas y una innegable polaridad social.
Jerónimo Ríos Sierra es analista político e investigador en ciencias políticas y sociología en la Universidad Complutense de Madrid